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Jean Anguera

Escultures

En el mundo de los artistas es frecuente encontrarnos con temperamentos en conflicto, síntoma de que en ellos existe una gran tensión creativa.

Jean Anguera obedece a este tipo de artistas. Su formación y ejercicio profesional como arquitecto se completa con su dedicación a la escultura a la que se entrega con verdadera pasión. Ambos caminos confluyen en este artista con el fin aparente de buscar un ordenamiento espacio-temporal de su peculiar mundo de ideas y certezas. En ese ordenamiento hipotético aparece el territorio como espacio vital, aunque parezca inhabitable. El paisaje, perfectamente organizado, es el dominio para la acción y proyección del sentimiento del artista.

Plantea Jean Anguera un territorio jerarquizado, a modo de maquetas ideales, arquitecturas sofisticadas que simulan o hacen suponer en ocasiones, elementos figurados. Intuimos así, a pesar de que el artista huya de la corporeidad, al hombre ante el elemento terrestre. El hombre ante el paisaje plantea el diálogo inevitable. De este intercambio de sensaciones y sentimientos el artista extrae señales y símbolos que relaciona con el mundo de sus afectos, ensoñaciones y experiencias cercanas. Los ritmos del paisaje obedecen a su morfología como los estados de ánimo a tendencias de la personalidad. Progresivamente el paisaje inerme se anima y es transportado al mundo de las figuraciones concretas, aunque siempre enmascaradas con la apariencia de rocas, pliegues y materiales pétreos: los valles, la mujer; las altas rocas, los rostros del paisaje. Hay un hermetismo tácito en la obra de Jean Anguera que, no obstante, pretende la comunicación. Jean Anguera se implica de manera extenuante en su tarea, ha elegido el camino arduo, trabajoso y contradictorio de intentar ordenar su existencia vaciándose en la escultura.

Maria Cristina Gil lmaz
Directora del Museo Pablo Gargallo